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23 julio 2021
Masculinidad(es) y ética del cuidado
Por José Ramón López López, coordinador de Adicciones y Programas en Instituciones Penitenciarias de Fundación Diagrama e integrante de la comisión de Adicciones y Justicia Penal de UNAD

En este momento de la pandemia de covid-19 en el que se ha iniciado la desescalada, vemos que están aumentando las noticias relacionadas con las múltiples manifestaciones de la violencia de género, con las violencias basadas en la orientación sexual y la identidad de género, con las violencias racistas. Puede parecer que son casos particulares, aislados, pero todos ellos tienen algo en común: es el hombre quien los comete y son las mujeres, los niños y niñas y el resto de masculinidades subordinadas quienes padecen las consecuencias.

Sin embargo, debemos tener claro que el sujeto masculino no es el enemigo a vencer: es el sistema patriarcal, que es la antítesis de la democracia, ya que no reconoce ni la igualdad y la equidad, que serían los sustentos de una sociedad democrática.

Siempre que nos encontremos ante una sociedad con una construcción binaria del género (masculino/femenino) y jerarquizada, privilegiando automáticamente lo considerado masculino (la razón, el yo, proveedor, lo público) sobre lo considerado femenino o leído como tal (las emociones, las relaciones, reproductivo, lo privado), sabremos que se trata de un modelo patriarcal, androcéntrico, que ha naturalizado e invisibilizado todo este proceso, creando una masculinidad hegemónica tradicional que se verá castigada si no cumple con todos sus mandatos.

Volviendo a las noticias del inicio, y como aparece en diversos estudios, la asunción del rol de proveedor en los varones sería lo que ejercería un efecto negativo como el descrito. Un ejemplo lo tenemos en una de las consecuencias más comunes de la actual pandemia: enfrentarse a una situación de desempleo. Esto podría derivar en una disminución en los niveles de autoestima del hombre con rol de proveedor, afectando a su percepción del bienestar (basado en lo material y monetario) y contribuyendo a la aparición de determinadas prácticas de riesgo (como el consumo de sustancias) y la realización de acciones ‘típicamente masculinas’ (como actos violentos o delictivos) con el objetivo de recuperar el estatus social perdido, ya que pensamos que lo merecemos (privilegios) y nos debe ser otorgado por ser quienes somos: hombres.

Los actos violentos masculinos pueden ser ejercidos de tres formas: violencia contra las mujeres, violencia contra otros hombres y violencia contra sí mismos. Es imposible combatir efectivamente cualquier componente de esa triada de manera aislada.

Durante los últimos años, los movimientos feminista y LGTBIAQ+ han ido poniendo en tela de juicio el papel que ocupa la masculinidad hegemónica en las sociedades patriarcales y han ido apareciendo otros tipos de masculinidades con distintos posicionamientos respecto a la fluidez de género. Podríamos situarlas en un continuo desde un extremo en el que estaría el hombre machista tradicional, con una posición en contra del cambio, hasta el otro extremo en el que estaría el hombre igualitario, antisexista, claramente favorable al cambio; en medio tendríamos posiciones a favor del cambio con una aceptación utilitarista y posiciones ambivalentes o de indiferencia ante el cambio.

Desde una ética de la justicia, solo la posición antisexista-igualitaria sería valorable desde el paradigma de la igualdad, ya que promueve un bienestar compartido, reemplazando los vínculos varón/sujeto-mujer/objeto propios de la cultura patriarcal, y rompe con los privilegios masculinos.

Según numerosos estudios, los hombres parecen más proclives a los cambios cuando se encuentran en determinados momentos críticos de transición vital: crisis de los 30, 40 y 50, accidentes, enfermedades que ponen en juego sus vidas… Una situación como la de ingresar en un centro por un problema de adicción se puede utilizar para facilitar esa transformación hacia un modelo de masculinidad antisexista e igualitario desde la ética del cuidado, proponiendo el trabajo en grupos de hombres donde trabajaremos desde una perspectiva feminista interseccional[1], partiendo del sistema sexo-genero de Rubin, como en nuestro caso.

Para crear sociedades emancipadoras, la justicia social necesita de dos procesos: políticas de reconocimiento y políticas de redistribución. Debemos promover un nuevo contrato social y relacional en el que ser cuidador debería sustituir a ser dominador, cuestionando la hegemonía del poder masculino y sus privilegios, fortaleciendo sus derechos como personas/cuidadoras como parte del desafío al modelo hegemónico tradicional de relación entre mujeres y varones, no cumpliendo con los mandatos de género tradicionales (riesgo, agresividad, violencia) y permitiendo desarrollar la facultad de expresar los propios sentimientos y emociones, más centrados en el bienestar que responde a las necesidades de las personas y a la redistribución de las tareas de cuidado.

La ética del cuidado puede contribuir a reflexionar sobre los procesos de reconfiguración de la masculinidad desde el feminismo, promoviendo relaciones solidarias y empáticas con ‘lo otro’ donde impere la responsabilidad para dignificar la vida humana.

Debemos acabar con el concepto de sociedad binaria, centrada en el individualismo, los privilegios y la jerarquización, para reconocer el carácter relacional de la existencia humana. No todas las masculinidades son opresivas y muchos hombres acompañan a las mujeres en el compromiso feminista para acabar con el patriarcado, ampliar los derechos de las mujeres y transformar el concepto de lo masculino.

Como dice Gabriela Bard (2016), “deberíamos convencer a cada vez más varones de la importancia de construir relaciones igualitarias. Es tarea de las organizaciones políticas, las instituciones, las familias, las entidades sociales y el Estado. Es una batalla social, cultural y económica de grandes proporciones, pero cuyos resultados pueden evitar nuevas muertes por violencia o más vidas infelices en medio de agresiones, a causa de una masculinidad que extermina al/la otro/a y acaba fagocitándose a sí misma”.



[1] El enfoque interseccional nos permite entender cómo interactúan en una misma persona dimensiones como género, clase, religión, etnia, en tanto que aspectos que se articulan y se constituyen en sistemas de opresión o privilegios.