En su máxima expresión, los museos son gloriosos centros culturales,
reflejando los mayores logros de la creatividad humana, de su inventiva
y su arte. Sin embargo, no todo en toda cultura es glorioso, y también
hay museos para esos aspectos, razón por la cual, oculta del público,
hay una institución aquí dedicada al lado oscuro de México, el Museo de
las Drogas.
Es un lugar que deja a quienes logran entrar en él meneando la
cabeza y lamentando la larga guerra, vigorosa pero mayormente sin
éxito, que este país ha librado por controlar narcóticos ilegales.
Administrado por las fuerzas armadas de México y abierto
solamente a cadetes que se gradúan e invitados selectos, el Museo de
los Enervantes presenta la guerra en contra de las drogas en toda su
fealdad y complejidad. Hay una sala dedicada a las antiguas raíces del
uso de drogas en Mesoamérica, como el uso del peyote y hongos
alucinógenos por parte de los mayas y los aztecas, así como
exposiciones que muestran todo lo que hace el Ejército para intentar
acabar de raíz con la oleada, arrancando de raíz matas de marihuana y
descubriendo reservas ocultas de cocaína y heroína.
«Erradicas en un lugar y sigues avanzando, y cuando regresas,
ya están cultivando de nuevo», comentó el Mayor Mario Ayala López,
quien insistió en que no se mostrara su rostro en ninguna fotografía,
lo cual es una atípica petición viniendo de un curador de museo pero
una realidad en el México actual, donde la violencia de las drogas no
conoce límites.
A fin de darles a los cadetes una idea de lo que estarán
cazando una vez que sean destacados al campo, las mismas drogas están
expuestas, muestras reales bajo vidrio de todo, desde metanfetaminas —
que son fabricadas en enormes cantidades en laboratorios mexicanos —
hasta heroína, así como marihuana, que es cultivada en campos ocultos
en áreas de todo el país. El mismo museo no podría ser más seguro,
localizado en la planta alta de la Secretaría de la Defensa Nacional.
A lo largo de los corredores, hay un maniquí de un agricultor
recargado bajo un árbol con un rifle en las manos, custodiando un campo
de amapola y marihuana. Alrededor del cuello lleva una imagen de Jesús
Malverde, considerado el santo patrono de los forajidos. En la cercanía
hay un tablón con clavos sobresaliendo, una trampa improvisada
concebida para herir a cualquiera, pero en particular a los soldados,
que pudieran acercarse furtivamente.
En una vitrina hay expuestas notas reales que los soldados han
recuperado en redadas en campos donde se cultivan los precursores de
las drogas que serán fumadas, inhaladas o inyectadas. Los mensajes
escritos a mano son peticiones de los agricultores a los soldados para
que dejen sus campos en paz a cambio de un poco de dinero.
Se requiere inventiva para transportar las drogas hasta el
mayor mercado en la tierra, Estados Unidos, y existe una sala entera
dedicada a eso. Zapatos llenos de droga e incluso una tabla de surf
llena de drogas están expuestos. Hay una dona rociada con semillas de
amapola que iban a ser usadas para producir heroína, así como una
muñeca que estaba rellena de drogas y que después fue entregada a un
menor para que la transportara.
Una figura femenina que fue aprendida en Tijuana aparece con el
vientre protuberante, que era causado no por un embarazo sino por un
paquete que contenía varias libras de cocaína envueltas con firmeza.
Una fotografía muestra a otra traficante, esta con la cocaína
implantada quirúrgicamente en las nalgas. Ella murió luego que uno de
los paquetes se reventara a su llegada en el Aeropuerto Internacional
de Ciudad de México.
Hacia el final del recorrido del museo, que fue inaugurado en
1985, se presenta a las personas que han convertido a México en el
principal país de narcotráfico en este hemisferio. Hay una figura de un
estereotípico narcotraficante calzado con vistosas botas, una enorme
hebilla con una hoja de marihuana y abundante joyería.
En el muro hay una fotografía del hijo de un narco, un bebé
vestido con ropa camuflada, rodeado de docenas de escopetas. «Hay
generaciones que crecen dentro de esta cultura», dijo Ayala. «Para
ellos, es normal».
Más adelante hay algunas de las prendas de vestir recuperadas
durante redadas de narcóticos, como un abrigo a prueba de balas y una
camisa blindada tipo polo, ambas diseñadas por Miguel Caballero,
diseñador colombiano de ropa que administra una costosa boutique no muy
lejos de aquí.
A los narcotraficantes les sobra el dinero para gastar, y este
museo da una probada de algunos de sus hábitos de consumo. Hay un
teléfono celular con incrustaciones de oro que fue recuperado de Daniel
Pérez Rojas, uno de los fundadores de los Zetas, grupo paramilitar, y
abundantes armas decoradas con piedras y metales preciosos. Una pistola
Colt, recuperada de Alfredo Beltrán Leyva, uno de los líderes del
temido cártel de Sinaloa que fue detenido en enero, porta la muy
repetida cita revolucionaria: «Prefiero morir de pie que vivir de
rodillas».
Hay otra pistola Colt con incrustaciones de esmeraldas que
solía pertenecer a Joaquín Guzmán Loera, el líder del cártel de Sinaloa
y probablemente el traficante más buscado de todos. Llevaba marcadas
las iniciales ACF, de Amado Carrillo Fuentes, quien encabezó en otra
época al cártel de Juárez pero murió mientras era sometido a una
cirugía plástica, en 1997. Probablemente el arma fue un regalo de
Carrillo a Guzmán, especuló el curador, y por tanto la indicación de
una alianza entre sus cárteles rivales.
En ninguna parte del museo de puede encontrar la palabra
«guerra», ya que el Ejército Mexicano considera que su misión en contra
de los narcóticos es algo diferente a eso. «Nosotros no usamos ese
término», dijo Ayala, quien vestía su uniforme de gala mientras
caminaba a grandes zancadas por el museo.
Sin embargo, en la entrada del museo, hay un santuario que
presenta los nombres de 570 soldados mexicanos que han muerto
combatiendo las drogas ilegales desde 1976. En los últimos dos años,
desde que el Presidente Felipe Calderón ha enviado soldados a más
misiones antidrogas que cualquiera de sus predecesores, se han agregado
67 nombres más a la lista. Lo triste es que aún sobra mucho espacio en
el muro para más
.